EL BASTÓN DE TOMAS (CUENTO)
- oscarinpoetaitiner
- 23 ene 2016
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Hacía largo tiempo ya que el bastón blanco que perteneció al abuelo Tomás, había sido celosamente guardado al pie de una vieja palmera que estaba en el fondo del jardín, donde Serafín, el nieto menor de la familia, solía jugar en tiempos de su niñez, después de entablar largos diálogos con su abuelo y realizar, con el tiempo, un pacto que sólo él y la palmera conocían.
Recordaba Serafín, cuando pequeño, como le gustaba tomar el bastón, cubrirse los ojos con un pañuelo, haciendo las veces de ciego, e intentar caminar por el patio de casa que siempre lo sorprendía con algún topetazo o, porque no una caída, que despertaba las risas de ambos, en esas interminables tardes infantiles, donde abuelo y nieto se divertían a más no poder.
El abuelo Tomás había perdido la visión desde muy joven. Una bala perdida, proveniente de un campo de tiro de las adyacencias, se le había incrustado en el lagrimal izquierdo y salido por el derecho, quitándole desde ese entonces la posibilidad de contemplar ese hermoso mundo que todos los días lo asombraba hasta el extremo, mientras realizaba sus tareas rurales.
Quería morir ¡He quedado ciego! -gritaba- mientras se llevaba ambas manos al rostro ¿Qué sería de ahora en más? Así, discapacitado y con una familia a cargo. ¡Que tragedia!. . .ya nada volvería a ser igual. Y Tomás tenía razón, nada sería igual, porque, un ser humano, incapaz es de entender cuantas cosas se pueden lograr, conservando la fe en Dios; aceptando los mandatos divinos y, aferrándose a la vida como único sostén, con orgullo, dignidad y entereza.
Caminó sus primeros pasos tanteando la pared. Golpeó con desesperación el indiferente muro de su habitación, tanto, que los nudillos de sus dedos a punto estuvieron de estallar. Respiró una vez, dos veces, cientos, quizá miles, porque su tesón inquebrantable, a gritos le pedía ¡Continúa Tomás!. . .Por favor ¡Continúa!
La primera bocanada de aire fresco lo sorprendió. Varias semanas llevaba intencionalmente enclaustrado en la oscuridad de su habitación, tanto, que ya estaba perdiendo la noción del tiempo. . .pero, aun sin ver, percibió con asombro, que el sol se percataba de su existencia, cuando un rayito de él le acariciara cariñosamente el rostro. . .y sin más, lloró amargamente, sabiendo que sus secos ojos, incapaces serían de acompañarle en esa demostración de angustia y desolación, pero sí, notó que su corazón le latía con tanta fuerzas que parecía estar dispuesto a acompañarlo hasta las últimas consecuencias, en esta vida de limitaciones tan vulnerable e incierta.
No admitía ayuda alguna. Se irritaba con facilidad cuando alguien intentaba ir a su auxilio. Sus tres hijos, pequeños aun, le miraban desde lejos y con extrañeza al verlo tan distinto de cómo le conocían hasta el momento y en sus ojitos, sí, le brillaban diminutas gotitas brillantes, cual si fueran lágrimas.
Todo le era tan difícil. Todo estaba tan lleno de obstáculos pero, poco a poco, se fue acostumbrando a ponerle con su imaginación, sus propios pigmentos cromáticos a los detalles de ese mundo que no era oscuro, simplemente le faltaba la luz que él creaba día a día, esfuerzos tras esfuerzos para poder encontrarle sentido a su existencia.
Un cierto día, acompañándose con un palo de escoba, tropezó con algo en el patio y dio de bruces contra el suelo. Una mueca de dolor, de angustia y desesperación se le dibujó en el rostro. Buscó con impotencia el elemento causante del golpe para arrojarlo tan lejos como pudiera y una suave vara de colihue le acarició las manos. . .
-¡No Papá! ¡No la rompas! - Se escuchó la voz de hija Merceditas. . . te estamos haciendo un bastón – Dijo la niña con temor.
- ¿Un bastón?- argumentó asombrado.
- Si Papá. Yo encontré un dibujito en un libro y queríamos fabricártelo para que puedas caminar sin riesgos.
Esas palabras le petrificaron a Tomás al suelo, donde aun yacía de rodillas.
¡Ven acá mi niña!, ven acá. Llama por favor a tus hermanos y a Mamá, que estoy necesitando un abrazo muy fuerte de ustedes.
Un cuarto de hora permanecieron abrazados en el patio, y todos mojaron el rostro de Tomás con lágrimas de sus ojos, lágrimas, que al correr por sus mejillas desacostumbradas a ellas, le devolvieron la dicha que parecía perdida en la tragedia.
Ya no más tristezas- se dijo a viva voz- Ya no más quejarse por las cosas que no se tienen. Hoy es el día de recomenzar. Jamás volveré a maldecir mi suerte. Ustedes son el testimonio sagrado que confirma la fortuna que aun atesoro y que por necedad, estaba dejando a la deriva por el mar de la vida. A partir de este momento ha nacido otro Tomás, el que ustedes verán batallar, el que ustedes verán como se dignifica la vida que aun nos queda por delante.
Al rato nomás, las hábiles manos de Tomás, tantearon la tersura y firmeza del colihue. Lo acarició, le tomó el aroma y, hasta se tomó el atrevimiento de llevárselo a la boca para poder captar lo más posible la nobleza de ese madero que sus hijos habían puesto con ternura infinita en sus manos, como un símbolo del inmenso valor que para ellos tenía la presencia de ese padre, que carecía de ojos para mirarlos pero que tenía un corazón y un alma gigante para amarlos, guiarlos y acompañarlos por el camino de la vida.
Pasaron los días, pasaron los años y la casa volvió a la normalidad. Volvieron las risas de los niños a invadir los rincones del patio. Se lo vio nuevamente a Tomás como jefe de familia, guiando a su prole. Cantando al amanecer junto a los pájaros mientras labraba la tierra. Soñando con los otoños de vendimia y llevando la cuenta, las largas noches de invierno, en la próxima temporada y esperando la menguante de Agosto para realizar la siembra de primavera, esa menguante, que él tan bien sabía reconocer a pesar que no podía ver la luna como estaba dibujada en el cielo. Así vivió Tomas desde ese día; colocándole a las cosas colores propios, diseñando la vida de un modo distinto, con incluso, un gran sentido del humor, cuando de manera pícara se jactaba de poder andar en bicicleta o de jugar a las cartas, con un mazo que el maliciosamente había marcado con sutiles detalles que sólo él conocía.
Nadie hablaba de su ceguera con tristeza. Su palabra era escuchada con ceremoniosa atención, pues su mensaje había sido evaluado y analizado por un hombre que conocía los detalles más insignificantes y pequeños.
¡Tomás! Ven que te necesito. . .
¡Tomás! ¿Cuándo puedes escucharme? Necesito que me guíes.
¡Tomás! Quiero que me explique esto.
Y Tomás siempre estaba para quien lo requería.
II
Abuelo Tomás. . . ¡Préstame tu bastón!
Corría Serafín por el patio, con el bastón del abuelo.
Abuelo Tomás. . . ¡Préstame tus lentes!
Corría Serafín por el patio, con los lentes del abuelo.
Abuelo Tomás. . . ¿Cómo haces para ver con estos lentes?
Mi amor, yo no veo con esos lentes. Yo veo con los ojos del alma.
Y, ¿Cómo son los ojos del alma?
Mira tesorito. Los seres humanos hemos sido creado a imagen y semejanza a un Dios maravilloso. No solamente tenemos un cuerpo que se ve, que es corpóreo. También tenemos un alma que no se ve, que es incorpórea, pero que existe.
Pero abuelo. Yo no entiendo eso, que existe pero no se ve.
Mira, mira Serafín. Voy a enseñarte algo muy importante y quiero que no lo olvides nunca. ¡Ven acá! Cierra los ojos y presta mucha atención.
Ya está abuelo.
Ahora dime: ¿Qué tienes guardado en el cajón de tu mesita de luz?
Hay abuelo ¡Que cosa más fácil me estás preguntando!
Ya sé que es fácil, pero quiero que me contestes lo más acertadamente posible.
Bueno. Tengo una lapicera, un reloj, un autito de colección, una Biblia pequeña. . . ¡ha! tengo ¿Sabes qué abuelo? la calculadora que me regalaste para el día del niño. Un pañuelo, un libro, y otras cosas que no me acuerdo.
¡Que de cosas tienes Serafín en ese cajón! ¿Están bien arregladas?
Más o menos abuelo.
Ahora, sin abrir los ojos. Dime. ¿De qué color son esas cosas?
Hum. A ver, a ver. . .La lapicera, es de color verde brillante. El reloj es gris, con la maya azul. El autito es rojo, pero le falta las pilas. La Biblia es clarita. La calculadora es negra. El pañuelo es blanco, con listitas amarillas. . .y el libro, tiene las tapas despegadas abuelo y es de color marroncito con rojo. . .creo.
Muy bien Serafín. Abre los ojos ahora. Dime ¿Dónde están esas cosas?
¡Ay abuelo! Están en la mesita de luz, donde me preguntaste recién.
¿Existen esas cosas? Yo no las veo. Bueno yo soy ciego, pero tú tampoco las estás viendo, porque no están aquí.
¡Ah, claro abuelo! Ahora entiendo, las vi con los ojos del alma. ¡Qué bueno! Yo también tengo ojos en el alma.
Todos tenemos ojos en el alma Serafín. Solamente tenemos que saberlos usar y cuidarlos como si fueran ojos corpóreos, es decir, como son los ojitos que tu tienes en el rostro y que yo no tengo porque los perdí hace mucho tiempo. Mira, si tú no me explicas en detalles las cosas que tienes en tu mesita de luz, que sólo tu vez, yo podría suponer que no existen y mucho menos saber el color de cada una de esas cosas, pero tú sí lo sabes porque lo ves con los ojitos que Dios te puso en el alma, como a mí.
Sí abuelo, pero tú te tienes que ayudar con un bastón.
Por supuesto Serafín, lo hago para moverme en el mundo corpóreo, en el mundo de los videntes, pero en mi mundo interior, me muevo tan libre que te asombrarías si me vieras.
¡Que bueno abuelo! Yo también quisiera ser tan libre como tú.
¡Lo eres Serafín! ¡Lo eres! Nada más que tienes que pararte frente a las cosas y a los casos y mirarlos en profundidad las veces que sean necesarias, para que cuando tengas que dar una opinión, la puedas dar con mediana certeza, porque siempre hay detalles muy sutiles que te pueden confundir y hacerte errar en darla, pero eso lo lograrás, si eres capaz de asumir con humildad que te puedes equivocar como cualquier ser humano. . .porque recuerda Serafín: No eres un Dios. Eres creado a su imagen y semejanza.
Ahora abuelo. Tú que hablas tanto de Dios y dices que es tan bueno. ¿Cómo es que él te privó de tus ojos y te condenó a tener que moverte toda la vida con un bastón?
Mira Serafín. Hay algo que jamás haré y, es reclamarle a Dios sus designios. Alguna vez lo hice y créeme, fui muy desdichado. Al punto de negarme a vivir.
Tú abuelo. . .
¡Sí!, yo Serafín. Y abrazados, a tu madre que era pequeñita, tu tío Carlos, tu tío Juan y tu abuela que ya no está, prometí ser feliz, incluso con mi ceguera y no solamente eso, sino, hacer felices a los demás con mi presencia y acción.
Abuelo ¡Yo soy muy feliz contigo!
Y yo contigo, mi amor. Y te diré más, recuérdalo para cuando yo no esté en este mundo corpóreo.
¡Pucha abuelo! No me hables así que me da miedo.
Nada tienes que temer Serafín. Nada. A la vida no debes temerle. A la vida debes respetarla, que en el respeto están las bases de la valoración, y la valoración le da dignidad a la vida, y no sólo a la tuya, sino, a la de todos, que por insignificante que ella parezca, no te olvides, es propiedad del Gran Creador y tú no tienes potestad sobre ella. Mira Serafín. Eres muy pequeño aun, y hay cosas que entenderás cuando pasen los años. Cuando hayas sorteado unos cuantos obstáculos. Cuando hayas evolucionado como ser humano y no te hayas descarriado.
No sé abuelo lo que es descarriarse.
Es salirse del carril, mi amor. Es apartarse de la razón; de la lógica de la vida. Es desobedecer los mandatos divinos. . . los que no se ven, pero existen y tienen tanto valor y tanta fuerza, que si le desoyes, puedes pagar muy caro esa osadía. Te pongo un ejemplo: Yo con mi bastón, trato de guiar mis pasos, para no salirme del carril, porque fuera de él estoy en verdadero peligro. Es como si mi bastón fuera la prolongación de mi mano que tantea el camino que debo seguir. Sí o sí, para no descarriarme.
Abuelo, préstame tu bastón. Quiero verlo bien, porque a mi me parece que tu bastón es mágico.
Claro que lo es, como lo es la vida tesorito, y te diré por qué: porque ella te da todas las herramientas para poder ser feliz, y todos los días te demuestra con ejemplos los pasos que hay que seguir; como se debe perseverar. Mira bien Serafín, tú que tienes buenos ojos. El sol sale todos los días de la vida para alumbrar al mundo y por más que las nubes lo tapen, él igual se desprende de su claridad para brindarla sin mezquindad alguna a todos sin distinción. Te doy otro ejemplo. Las plantas. Soportan tempestades violentísimas pero pasado el vendaval, vuelven a llenarse de hojas de flores y de frutos para cumplir su función, la que Dios les ha encomendado. . .porque las plantas, mi amor, las plantas son todas especialistas
¿Cómo especialistas abuelo?
Sí, míralas bien. Nadie puede hacer lo que ellas hacen. Ni el más complejo laboratorio, porque amen de fabricar el oxígeno que nosotros necesitamos para la vida ellas fabrican hojas, flores y frutos en exclusividad. Mira una planta de olivo. Mira su fruto, la aceituna. Nadie puede crear una igual, solita, se toma su tiempo y produce un fruto perfecto, ahora. . . no le pidas que fabrique una ciruela ¡No!, eso, pídeselo a un ciruelo.
Abuelo. . .yo quiero ser como el sol, o como el olivo ¡No! Quiero ser como tú.
¡No Serafín! Tú tienes que ser como Tú. No te compares con nadie, porque si lo haces, entras a competir y no es así como se logra la dicha, sino compartiendo. Mira si yo hiciera una competencia con mi vida. Fíjate lo que pasaría, porque no soy el único ciego, los hay, y muchos. Yo alguna vez, vi al mundo como tú; disfruté de sus colores, de sus distancias; de lo maravilloso de los amaneceres y lo profundo y misterioso de la noche. Un día perdí esa posibilidad y tuve que adaptarme a esa realidad, atesorando en mi interior, los colores con que un día viví.
Hay otras personas que nacieron ciegas y no tuvieron ese privilegio que yo tuve y tienen que crear su propio mundo de colores, imaginando, pero que nunca vieron. . .y, ellos también tienen derecho a ser felices, porque, recuerda Serafín. A todos nos pasan cosas y cuando estés mal, piensas que puedes estar peor. Yo perdí la vista; otros perdieron la vista y el brazo, o la pierna, o la movilidad y, algunos. . . ¡Dios nos guarde!, aparte de perder la vista, perdieron la razón ¿Puedes creer?
Sí abuelo, tienes razón. No lo había pensado. Por eso me gusta tu bastón, porque cuando estás con él, parece que hablara.
Serafín ¿Te gusta mi bastón?
Si abuelo, me gusta.
Es tuyo entonces
¡Pero abuelo! ¿Y tú?
Tú me lo prestas ¿Total? Que más me da. Manejarme con mi bastón, o manejarme con tú bastón. Es lo mismo. sólo una cosa te pediré. Consérvalo. Cuando yo no esté en este mundo corpóreo y tú no lo utilices. Guárdalo junto a sus semejantes. Las plantas. Así no pierde la magia, porque ellas saben dialogar entre sí y trasmitirse sus invisibles códigos. Busca tú el lugar y acude a él cuando lo requieras.
Como tú lo digas abuelo.
III
El auditorio estaba repleto de gente. Los egresados de ese ciclo lectivo, no pasaban de diez. La distribución de las distintas promociones eran las siguientes: tres Ingenieros Civiles; dos Oceanógrafos; cuatro Ingenieros Mineros y un ingeniero forestal.
Serafín había optado por perfeccionarse en una actividad forestal sustentable y, en su tesis final, había invocado la sutil capacidad que tienen las plantas para demostrarle al hombre como se superan después de las adversidades; renaciendo en cada etapa, detrás de cada contratiempo, lo que le había valido el reconocimiento del claustro de profesores. Y en su alocución final dijo algo así:
“-Señores: Cada árbol debe ser el centro del universo y cada hoja, cada flor y cada fruto, una muestra viva de la gran capacidad del Creador para mostrarnos con hechos, cuan grande es su magia y poder, para que nosotros los hombres, asumamos con asombro y respeto, que ellos son perfectos, a diferencia de nosotros que no lo somos, pues, nosotros somos llamados a la perfección, es decir: Somos Perfectibles. No nos olvidemos de eso. . . Y traigo a mi memoria las palabras de mi abuelo Tomás, cuando me decía:”
“Hijo. Cuando comas una fruta, asume que estás frente a un gran descubrimiento, pues, el interior de esa manzana que te llevas a la boca, está vista solamente por unos ojos. Los tuyos. Y eso ya es una milagrosa oportunidad. . . y esa fruta, con todo su color; con todo su aroma; con todo su sabor, ha sido creado por Dios, que le dio al manzano ese don. . .ahora, no le pidas a él una aceituna, eso, pídeselo al olivo.”
De pie y emocionado, el auditorio reconoció ese pensamiento hecho palabras.
Llegó Serafín a su casa con el título en mano, y lo primero que hizo fue correr hasta su palmera amiga, a quien había confiado la tutela del bastón, que oculto entre sus fibras lo conservaba, protegiéndolo del sol y de los cambios climáticos. Tomó el bastón, lo apretó junto a su pecho y en silencio dijo algo así, mientras mojaba el colihue, con lágrimas de sus ojos. ¡Gracias abuelo Tomás! La magia de tu bastón me ha salvado, pues él me guió por el camino del conocimiento. Gracias a él y a tu memoria, hoy puedo yo descubrir en toda su magnitud, los colores del mundo y, hacérselos descubrir a quienes aun no lo descubren. Porque en tu bastón abuelo, está encerrado el gran secreto de la vida.
26-03-10
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