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RIOS DE VINO

  • Foto del escritor: oscarinpoetaitiner
    oscarinpoetaitiner
  • 27 jun 2015
  • 9 Min. de lectura

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RÍOS DE VINO

(Cuento Mítico)

Un día, el Gran Creador se puso a observar su obra. Todo estaba en orden. Los cielos en lo alto del firmamento, los mares en sus lechos profundos y las montañas en la inmensidad de la tierra, pero aun así, el Gran Maestro sabía que todo no estaba concluido. El interior del hombre carecía de culminación. Le había dado para sí, su libre albedrío; la facultad de obrar por reflexión y elección propia. Por eso, en lo profundo de su alma, donde anida la imaginación y convergen los emociones; allí mismo, él no sabía como manejarse y todo era una terrible confusión. Para él, nada tenía realmente sentido. Todo le abundaba y todo le escaseaba porque nada estaba en su lugar. A tal punto era el desorden que no se encontraba forma alguna de acudir en su ayuda. Su alma nueva e inexperta era insaciable y se movía aun en un arremolinado mar de dudas. Ofrendas horrorosas; sanguinarios ritos pululaban en rústicos altares donde se realizaban permanentes orgías cargadas de misticismos y temores. Las mil deidades imprimían en su corazón y en su espíritu un temor desconocido. Un recelo que no le dejaba vivir en paz lo acosaba permanentemente.

El agua, parte indivisible de todo lo creado, lavó por siglos la sangre de esos mártires; arrastrando con ella hacia las entrañas de la tierra, sus dolores y pesares; sus tragedias y sus confusiones, no sin antes dejar grabadas en las piedras de las montañas con raros arabescos, el código secreto; el mensaje difícil de descifrar, donde daba las pautas para que al pasar los tiempos, el hombre nuevo pudiese enmendar en algo las mil aberraciones cometidas.

Un día, el gran Dionisio; hijo de Zeus y de Sémele, conocido como Baco, mitad hombre y mitad deidad, atormentado por las visiones que le perseguían, hurgaba con empecinado ímpetu en lo profundo de una quebrada en un desierto desconocido. Cada piedra que sopesaba tenía una marca; cada marca era un signo y, cada signo era un misterio. Nada podía encontrar con su empeño enfermizo, y cada día que pasaba, sabía que se encontraba lejos aun, de localizar el imaginado mar de aguas púrpuras que en sus delirios veía, para redimir de alguna manera, el dolor de esos mártires prehistóricos.

Una noche cualquiera, agotado al extremo, yacía tendido boca arriba sumido en un profundo sueño; después de contemplar absorto ese infinito sideral que se desplegaba ante él con su magnánimo misterio, donde buscaba a tientas, encontrar esa ayuda salvadora que le guiara para satisfacer ese hambre de conocimiento y sabiduría, en pos de acudir en auxilio a las almas de sus mayores.

Baco era un ser recio y aguerrido; algo díscolo en su trato con los demás y tenía la extraña costumbre de entablar largos diálogos en sus sueños, con seres de maravillosa existencia. Esa noche se presentó ante él, un ser que jamás había visto. Tenía el cuerpo de una persona y la cabeza de un toro, al que él en su confusión le llamó Centurión.

  • ¡Oh Gran Baco! ¿Por qué buscas con tus manos humanas lo que tu corazón de fantasía te reclama?

  • Perdóname Centurión. No he podido encontrar el equilibrio todavía y los juicios me acosan con miles de interrogantes y vivencias que no sé asimilar. Sé que soy un condenado a buscar algo que no existe.

  • Gran Baco. Jamás pronuncie tu boca términos definidos. En tu mundo humano podrás encontrar limitaciones pero en tu estructura de fantasía, tus dones no tienen límites.

  • ¿Dime entonces, qué hacer?

  • ¡Complementa Baco. . . Complementa!

  • Centurión. No sé lo que es complementar.

  • Gran Baco. Nada en este mundo está concluido del todo. Cada uno de nosotros le agrega algo para conducirlo por el camino de la plenitud y el sumo.

  • Haré lo que me pidas. . . pero, dame las pautas.

  • Mira. No soy yo quien da las pautas. Existe un ser superior a todos nosotros. Él da las pautas ¡Búscalo! En cada ser o en cada cosa de esta tierra encontrarás signos de él. . . ¡Búscalo!

Despertó aun más atormentado. Miro los cielos, parecían vacíos; miró el desierto, parecía vacío. Se miró así mismo y descubrió con asombro que parecía vacío pero notó con agrado que tenía un ser

  • ¡Las cosas no están vacías! – Gritó a viva voz. Parecen vacías.

Por un momento creyó que el desierto le contestaba ¡Complementa Baco. . . complementa!

Desde ese día comenzó a contemplar bien todo lo creado. Cada grano de arena en el desierto, tenía su propia estructura y función; cada insecto, por diminuto que fuese, cargaba en su esencia un determinado ordenamiento que lo movilizaba por el camino de la existencia, cada planta, cada pájaro. . . hasta cada gota de agua

  • ¡Qué maravilla! -Se dijo ¡El agua!. . . en el agua está el gran secreto.

Siguió desde ese entonces su curso; observó su estructura y un día la bebió con afanosa ansiedad. Sabía que tenía en su interior el componente vivo de la dueña del misterio que por largo tiempo lo atormentara. Mil veces la volvió a observar. La vio transitar por la tierra arenosa, hasta perderse en las entrañas de ella.

Miró las nubes, desde donde se desprendía de variadas formas, como llenaba cántaros y caminos. . . y como se deslizaba por su propio rostro buscando la tierra misteriosa. Y así, con estos pensamientos, entró nuevamente en su acostumbrada somnolencia donde sufría sus alucinaciones. Esta vez la criatura era también distinta. Una gran serpiente alada le envolvía todo el cuerpo, casi hasta la extenuación y con su bifurcada lengua le decía:

  • Gran Baco, yo sé donde encontrarás lo que estás buscando ¡Tú tienes un gran poder para hacerlo! Úsalo ya para tu bien.

  • ¡No! Misteriosa ninfa. Nosotros carecemos de él. El poder está en El Dador de las cosas.

  • Gran Baco. No te desvalorices. Tu sangre comparte los espacios de tu cuerpo con el agua de los cielos y de los mares. Yo te lo demostraré.- Y clavó una dentellada sobre el hombro de su brazo izquierdo.

Un gran alarido brotó de su garganta al momento de despertar. Un alarido que hizo temblar las piedras de las montañas más lejanas. . . mientras que de su hombro izquierdo, brotaba sí a raudales, como el mar de sus alucinaciones, roja su sangre, por donde se le escapaba la vida.

  • ¡Moriré! – Gritó- ¡moriré!

Y como pudo se internó en la espesura de una inmensa hiedra que crecía al pie de una colosal roca, en lo profundo de una quebrada, donde un arroyo montés serpenteaba las piedras buscando el valle sediento. Y también como pudo cubrió sus heridas con hojas de la hiedra, las que una a una iban cayendo al agua, danzando cuesta abajo sobre las crestas del oleaje su danza mortecina, arrastrando su dolor y su tormento en un torrente rojo como su martirio.

Seis días con sus noches duró su delirio. Seis días que las hojas de hiedra colorearon indiferente las aguas donde el dolor y la angustia de Baco se internaban en lo profundo y misterioso de la tierra.

Al séptimo día volvió a tomar conciencia de su situación, e intentó erguirse. Ya su hombro casi no dolía y, una gran paz interior le invadió el alma. Así fue conducido nuevamente a un profundo sueño. Pero esta vez fue distinto. Ya no danzaban en sus alucinaciones seres fantasiosos con miles de formas. No. Esta vez eran hombres como él, que labraban inmensas extensiones de tierra, en las que crecían verdes y vigorosas plantas, cuyos frutos rojizos se apretujaban junto a sus tallos leñosos. Se vio él mismo, sudoroso y polvoriento cargando sobre sus hombros el preciado tesoro, que una vez transportado, dejaba caer suavemente en hermosas canecas de barro vidriado donde se convertía en una sustancia púrpura como su sangre. En uno de sus incontables trayectos, con el cesto a sus espaldas, no pudo contener su ansiedad y, en forma tempestiva, introdujo sus propias manos en el interior del cántaro para llevárselo posteriormente a la boca.

  • ¡Qué es esto! – musitó exaltado.

  • ¡Alto ahí Gran Baco! ¡No es así como has de saciar tu sed!

  • ¿Quien eres tú para hablarme a mí con ese modo tan imperioso?

  • Baco. . . soy yo. El Hacedor de las cosas- Mientras una brillante luz lo enceguecía. Lo que lo obligó a seguir en el diálogo con los ojos cerrados.

  • Entonces. . . ¿Cuál es el modo? ¡Dímelo!

  • Gran Baco, tu porfía y tu lucha han dado sus frutos. Y gracias a tu dolor y tu tormento una nueva vida ha conocido la luz del mundo. Está en tí preservarlo y multiplicarlo en su justa medida.

  • No soy yo quien posee el poder.

  • Gran Baco. Ni tú ni nadie posee el poder. . . ni deja de poseerlo.

  • No está dentro de mi capacidad entender tus palabras.

  • No importa Gran Baco. No es hoy cuando tengas que entenderlo. El camino te dará las pautas.

  • ¿No eres tú caso, quien da las pautas?

  • Yo las doy. Pero eres tú quien decide si quieres aceptarlas o no. Camina y lo verás.

  • ¿Cómo debo llamarte para que me escuches?

  • Como tus labios lo quieran. . . yo siempre te escucharé y, no sólo eso, te estaré viendo y recuerda. No es tu palabra la que estaré esperando sino tus obras

  • Te llamaré Maestro por lo que me has enseñado. Y, dime ahora: ¿Cómo sabré si mis obras son de tu agrado?

  • Lo serán en la medida que con ellas hagas feliz al prójimo, a tí. . . y a la tierra misma.

  • Maestro. Ahora dime: ¿Por qué dijiste que no debía así saciar mi sed?

  • Nada se realiza en forma compulsiva. Todo tiene que ser razonado, que la razón te dará la medida.

  • Maestro. No sé encontrar la medida.

  • Gran Baco. Mi morada está en el cielo porque en el cielo están todas las cosas. ¡Mírate tú ahora! Tú eres parte de mi creación y, no eres así fruto de la casualidad. Tu cabeza es la que está más cerca del cielo. Úsala en primera medida. Escucha, mira y respira, luego razona, recién después come, que el primer alimento ya está en tí por medio de tus ojos, tus narices y tus oídos. Posteriormente tienes tu corazón. Somételo a la razón siempre, ella te pondrá en el pecho el sentimiento y, todo lo que realices de ahí en más, deberá primero ser sentido. Y por último tienes las vísceras. De acuerdo a lo que has comido y has sentido, será lo que a ellas las movilice. Jamás cambies estos roles. Lo último que debes hacer es pensar con tus vísceras, pues ellas no están preparadas para ello; a ellas las rigen los impulsos. . . y a la razón no. Los impulsos deben ser sometidos a la razón, caso contrario caerás inexorablemente en el camino de las sombras, donde te espera la tragedia y la desolación.

  • Maestro. Ahora entiendo. Ese brebaje me turbó la razón. . .

  • Gran Baco. Ese brebaje tiene un nombre. Se llama vino, y es un brebaje si lo consumes compulsivamente, a diferencia que si lo haces sometiéndolo a la razón es una bebida. Una sagrada bebida que puede alimentar tu cuerpo y tu espíritu. No permitas que algo sagrado como el vino, se transforme en un brebaje y menos aun en un bebistrajo.

  • No sé lo que es eso, Gran Maestro.

  • Vino mezclado Baco. . . Vino mezclado con otros zumos.

  • Maestro ¿qué más debo saber?

  • Gran Baco. Todo lo puedes saber pero no te alcanzará la vida. Perfecciona sí, todo lo que has aprendido hoy, con eso tienes bastante. Cada ser cumple una misión en esta tierra. Tampoco olvides que esto es un sueño. Todo está por hacerse.

  • Y maestro ¿Cómo lo haré?

  • Complementando Baco. . . Complementando.

Despertó Baco de su somnolencia. Aun estaba tendido bajo la hiedra y sobre su hombro izquierdo una pequeña cicatriz marcaba el lugar donde la sangre vertida tiñera de rojo el arroyuelo que serpenteaba hacia el desierto sediento. Una pequeña cicatriz con dos líneas cortadas en su centro que asemejaban a una cruz.

  • Este es el signo buscado- Se dijo en silencio- y se puso de pie.

Caminó arroyo abajo, siguiendo siempre el curso del agua; el que él había visto sangrante en sus horas de martirio y que hoy se presentaba ante sí, tan claro y transparente que no parecía el mismo. Buscó con cierta timidez restos de su propia sangre o algunas hojas de hiedra que le sirvieran de apósito en esos momentos tan cruciales. Nada de eso quedaba ya pero en su rivera arenosa una frágil planta asomábase a la vida a modo de testimonio, de esos momentos tan puntuales. El Gran Baco cayó de rodillas y con los ojos llenos de lágrimas humanas dijo a viva voz:

¡Eres tú la planta del vino! ¡Eres tú el producto de mi dolor y confusión! ¡Eres tú quien me ha ayudado a encontrar el código sagrado de la redención! Yo protegeré tu simiente. Yo pondré mis manos ante tí para resguardarte de todo mal y conduciré a los hombres para que aprendan a amarte y usarte para su bien. . . y te llamaré viñar, y por medio de tus frutos, redimiré a quienes con su vida y su sangre han pagado los temores de los hombres.

Pasaron los años y el viñedo dio sus frutos; pasaron los hombres que multiplicaron los plantíos por el mundo, como se multiplicaron las vasijas con el púrpuro y sagrado zumo de esa uva que ennoblece el trabajo del hombre. . . pero lo que no pasó fue el espíritu de Baco, que con su cruz en el brazo izquierdo, testimonió ese momento supremo, cuando el mismo Dios hecho hombre, pagó en su calvario, colgado de un madero en cruz, ante un pueblo que no reconoció, hasta que demostró que pudo vencer a la muerte misma y que con su dolor y su sangre salvó para toda la eternidad al hombre en su falta.

Hoy en esta mi tierra mendocina, el vino llega a la mesa y a la misa con su misterio y su don:

El Misterio de saber que ha recorrido un doloroso camino lleno de avatares y dilemas, y doloroso también será el destino de quien se atreva a deshonrar su esencia sagrada, abusando de su generosidad y virtud.

Y el Don, de saber que en él, el hombre nuevo ve la luz de la esperanza cuando el sacerdote lo ofrece al Gran Creador como una ofrenda incruenta refrendado en el púrpuro de su color. Ese que lleva implícito el matiz de su propia sangre vertida por Él en el calvario, demostrándonos con hechos, como nos protege a todos sin distinción alguna por los tiempos de los tiempos

Así sea. 09-12-10


 
 
 

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