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EL NACIMIENTO DEL GRANIZO

(Cuento mítico Huarpe)

Cuando el hombre hace su aparición en este paraíso terrenal, la vida ya pujaba por todo los rincones y su misión prístima fue, preservar lo creado para bien de todos y eso lo logrará de la siguiente manera: Razonando con cordura; Ejecutando su obra con respeto y humildad y también. . .admirando lo cedido para su tutela, con amor, ternura, respeto y principalmente gratitud.

Vayan entonces estas palabras, a nuestros hermanos mayores, LOS HUARPES, usando algunos de sus términos en lengua MILLCAYAC, tratando así de tenerlos siempre presente, después del genocidio del que fueron víctima.

 

Érase en los comienzos del mundo. El gran Hunuc Huar, dios de los Huarpes, recorría sin prisa y sin pausa sus extensos dominios en los espacios siderales. Un día, con la intención de crear vida, envió a su hijo mayor Quelec (el fuego) a esa esfera amarilla que giraba y giraba metódicamente en uno de sus reinos, diciéndole:

-Hijo mío, ve a esa esfera amarilla llamada Tierra, con este don que hoy pongo en tus       manos y crea allí la vida –

 

Quelec, primogénito de Hunuc Huar, se había criado a su luz, admirando la capacidad potencial de su padre. Una vez alejado de su comarca, con los dones en su poder, hizo caso omiso a los pedidos de su progenitor e intentó emanciparse, creando allí su propio reino. “El reinado del Fuego”.

 

Hunuc Huar, al ver que los siglos pasaban y al no tener noticias de su hijo Quelec, llamó a su segundo, Hucúm (el viento), diciéndole:

 

- Hijo mío, hoy pondré en tus manos la capacidad de crear vida, para que llegues hasta esa esfera amarilla y ayudes a tu hermano Quelec, en esa misión que le encomendé y de la cual no he tenido aun noticias.

 

Tiempos después llegó Hucúm a esas soledades y cuando encontró a su hermano, éste lo rechazó con grande lengüetazos de fuego que lo desplazaron en forma vertiginosa, por la superficie de la tierra, diciéndole:

 

- ¡Vete de aquí! . . .Estos son mis dominios y no permitiré asentarte en ellos-

Hucúm desconcertado, volvió a insistir con estas palabras:

 

- ¿Por qué me tratas así? Nuestro padre me envió por tí, para que te ayudara en la misión de crear vida.

Más, éste le contestó:

- Yo soy la vida, y estos son mis territorios. . . ¡aléjate para siempre o te quemaré!

Muchos siglos intentó vanamente Hucúm,  convencer a su hermano Quelec, enceguecido por la ambición de conservar su propio reinado. Tantos, que el gran Hunuc Huar se volvió a preguntar:

- ¿Qué será de mis hijos? . . . ¿Qué obstáculos tan imprevisibles habrán encontrado, para no contestarme?

Fue así entonces que llamó a su hija Aca Hah (el agua), diciéndole:

 

-Hija mía, con estos dones que hoy pongo en tus manos, ve a la tierra, esa esfera amarilla que allí vez y ayuda a tus hermanos Quelec y Hucúm a crear vida-

 

Así  partió Aca Hah, la única hija de Hunuc Huar, en tan preciada misión.

 

Grande fue su sorpresa y desconcierto, cuando a su llegada, descubrió que sus hermanos mayores se debatían entre la vida y la muerte, en una lucha sin cuartel. . . Hucúm, corría desaforadamente por la superficie de la tierra, intentando convencer a su hermano Quelec y éste lo seguía de cerca con gigantescas llamaradas, que lo envolvían todo. Tanta fue su desesperación que sólo atinó a gritar:

 

-¡Basta Ya! . . . ¡Basta de pelear! Así jamás crearán vida- a lo que Quelec le contestó:

- ¡Aléjate tu también! Que estos son mis dominios, alcanzándola con uno de sus lengüetazos.

Aca Hah, sufrió así grandes quemaduras en todo su cuerpo. Tantas, que de sus heridas, comenzaron a salir, millones y millones de gotitas cristalinas, que apaciguaron en algo el furor de la pelea. Al ver Aca Hah, que aunque el dolor era grande, su sangre emanada, aminoraba la batalla, siguió exponiendo su cuerpo a las llamas que la seguían rechazando. Tanto luchó Aca Hah . . . tanto, que poco a poco su hermano Quelec se fue debilitando, hasta el punto de sentirse casi vencido, lo que lo llevó a esconderse en las entrañas de la tierra, esperando el momento de retomar el imperio perdido.

 

Grandes nubes de vapor cubrieron por siglos la tierra y poco a poco, esa esfera amarilla, fue tomando un leve tinte celeste. El color de la vida.

Hunuc Huar, el gran dios Huarpe, descubrió con alegría, que la misión encomendada a sus hijos estaba dando sus primeros frutos y no lo pensó más . . . por eso un día bajó a la tierra a contemplar la labor realizada por ellos.

 

Ni bien llegó un espléndido cielo azul lo salió a recibir, un extenso océano poblado de vida, bañaba las costas de verdes praderas, donde a la sombra  de los árboles, millares de animales e insectos bullían por todas partes. Tan Grande fue su alegría que solo atinó a decir:

 

- Hijos míos. . . ¡Venid a mí! . . .vuestro padre ha venido a visitaros-

Fue así, que Hucúm se presentó convertido en una suave brisa y Aca Hah en una tenue llovizna, a lo que Hunuc Huar preguntó:

- Y Quelec, mi hijo mayor ¿Dónde está?-

Un gran silencio invadió todos los rincones de la tierra. Preocupado ya al extremo volvió a preguntar.

- ¡Por favor! ¿Dónde está Quelec, mi hijo mayor?-

Fue entonces que Hucúm habló con voz de viento y Aca Hah lo hizo con voz de lluvia, diciendo:

-Padre. . . nuestro hermano Quelec, no ha querido compartir la tarea de crear vida, como tú nos pediste. Él quiso formar su propio reinado, “El reinado de fuego”, diciendo que él es la vida, mas, nosotros se lo impedimos. . . ¡perdónanos!

El generoso Hunuc Huar, escuchó en silencio lo relatado por sus dos hijos y después dijo con serenidad absoluta:

 

-Todos están perdonados, pues la tarea ha sido cumplida-

Y en sus ojos infinitos brillaron millares de estrellas.

Con la voz entrecortada por la emoción pero con fuerza suficiente como para que todos lo escucharan, continuó diciendo:

 

-Hijo Quelec, hijo Hucúm, hija Aca Hah . . . vuestro padre se aleja de estas comarcas, con la esperanza que vivan unidos en pos de la vida, para eso dejaré en vuestra compañía al menor de mis hijos, vuestro hermano Ñucúm (el hombre) y juntos, entre los cuatros, preservarán lo creado, porque, hijos míos . . . Todos somos la vida, en su justa proporción –

Luego se marchó por los cielos; no tan lejos como para no perder de vista los suyos; ni tan cerca, como para no intervenir en sus vidas. . . en lo recóndito de las montañas andinas.

 

Desde ese entonces, Ñucúm, caminó por las praderas; navegó por los océanos; e intentó volar por los cielos infinitamente azules, mas no pudo pero algo le decía que algún día lo lograría, pues se sabía casi perfecto e invencible.

Fue entonces que Quelec, el fuego, rojo de vergüenza por lo acontecido y arrepentido por su mezquina actitud, descubrió  que su hermano menor, Ñucúm, cegado por la soberbia, podría cometer el mismo error que él cometió en los tiempos pretéritos e intentó persuadirlo. Así bramó en las profundidades de la tierra y alcanzó a largar lengüetazos por las cimas de las montañas. . .mas éste no se amedrentó y siguió con su actitud de dominio y supremacía.

Un día tanto insistir, Quelec descubrió que calentando la superficie de la tierra, Hucum, el viento, también se recalentaba y así empezaba a correr, por las laderas de las montañas cuyanas. En una suerte de potro desbocado, despertando el temor del hombre. . . pero a la vez. . . atemorizando sobremanera a su hermana Aca Hah, el agua, que desconocía la verdadera intención de su hermano arrepentido.

 

Fue así que élla, agrupándose en gruesas nubes de tormenta, intentó por todos los medios de enfriar la tierra ardiente, a tal punto, que sus gotas sobre enfriadas en lo alto del cielo, se convirtieron en filosos grumos de hielo, que se precipitaron en un tropel  enloquecedor sobre la tierra caliente, enfriándola de repente, lastimando de esa manera al hombre y a sus dominios. . . despertando en sus ojos un temor desconocido.

 

Desde ese entonces, tras largas jornadas de calor, el granizo regresa de tanto en tanto a las comarcas del hombre y de alguna manera le hace saber, que él no es un  dios, sino un ser destinado a preservar la vida.

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